A veces de una premisa misteriosa nace una gran historia. Pero, a veces, las ramificaciones de esta historia no son las acertadas, aunque en el teatro, por suerte no todo pasa por el texto.
Con lo primero que se encuentra el espectador que llega a la isla negra es con un temporal. Un aledaño está preparando su living para recibir a una persona, el diputado Inchauspe, más precisamente.
La excusa de la visita del doctor, que en algún momento, fue una joven promesa política, es la venta del dueño de la propiedad, justamente de su casa, su isla, a una empresa constructora que planea hacer un complejo habitacional para millonarios. La casa de Juan es la única que queda sin vender.
Sin embargo, Inchauspe pronto descubrirá que la transacción no va a ser tan fácil como pensaba. No solamente habrá motivaciones ideológicas políticas que llevarán a Juan a someter al diputado a un momento incómodo, sino acciones del pasado, más ligadas con lo afectivo y emocional, terminarán sucumbiendo en una tragedia presente condicionada por decisiones políticas erradas.
Isla negra es un thriller dramático con todas las características del género. Dos fuerzas brutas que jugarán al gato y ratón, en forma constante con el fin de conseguir sus objetivos.
Desde la puesta en escena, Canis consigue un trabajo casi impecable hasta el final. La escenografía y el sonido de lluvia constante ayudan a crear el clima propicio para conseguir la verosimilitud de la diégesis de la historia. Las tremendas y contrastantes interpretaciones de Oscar Dubini e Iván Steinhardt son el pilar fundamental de la obra. La lucha física, psicológica, intelectual y emocional de ambos actores son lo que provocan que el espectador piense, reflexione, empatice con los eventos de los cuáles está siendo testigo, al tiempo que desborde energía y tensión ante el suspenso increscendo de las acciones.
El problema de la obra radica en el texto propiamente dicho. No tanto en los diálogos, sino en los giros narrativos que son bastante previsibles y convencionales. Como dramaturgo, Canis apela a revelaciones y decisiones formales demasiado clisé. Y si bien el lugar común es compensado por una puesta efectiva, la ausencia de riesgo en lo formal es lo que le quita peso artístico a la obra. Obviamente, a cada espectador le encantaría reescribir el materia que está frente suyo, y no es culpa del dramaturgo por esto. Pero si el autor se hubiese jugado más por el caliz político y no tanto con el personal, que es prácticamente un estereotipo universal, estaríamos ante un producto más potente e intenso, más ambiguo posiblemente.
Lo mismo con respecto al final, donde lo emotivo y conciliador le gana al riesgo de enemistar completamente al espectador con los personajes.
Y aunque el último cuadro tiene una sensibilidad evocativa que genera emoción genuina, el subrayado que le brinda el apoyo de un soporte técnico termina por reducir el impacto, quitarle mérito a la actuación y distrayendo al espectador del mensaje conclusivo
Aún con su desnivel narrativo, Isla Negra sale a flote porque la puesta es prácticamente impecable de principio a fin, y porque es imposible no sentirse atraído, y realizar hipótesis, por lo que se genera en escena a medida que se sucede el relato. Y eso está logrado a una soberbia dirección que no subestima la observación del espectador, y dos monstruosas interpretaciones.
LA TERTULIAGallo 826 Entrada: $ 220,00 / $ 190,00 - Viernes - 21:00 hs - Hasta el 03/11/2017