Es la Navidad la llegada de Jesús, el enviado del Padre que viene a traer el alegre anuncio a los miserables, a vendar las llagas de los corazones rotos, a proclamar la libertad de los esclavos, la liberación de los prisioneros, a promulgar el año de gracia del Señor, indicó Isaías.
Éstos son días previos de gran sensibilidad y de corazones abiertos en todo el orbe, similares a los de otras religiones. Días de fecundidad espiritual a través de las buenas obras, de entrega dando la vida a los demás, lejos del adormecimiento generado por las comodidades del confort que incrementan el egoísmo, la soberbia y vanidad en un afán de engordar el alma sin vivir para los demás.
Momentos en que deberíamos estar siempre alegres y orando a la espera del Mesías a pesar de las desavenencias, angustias, dificultades y toda índole de sufrimientos que atraviesan la vida de cada uno.
La alegría, la oración y el agradecimiento son tres actitudes que nos preparan para vivir la Navidad auténtica.
Recemos frente al pesebre dejándonos atraer por la ternura del Niño Dios, que nació pobre y frágil en medio de nosotros para darnos su amor. Vivamos una verdadera Natividad con valores humanos, a fin de llegar a transmitir a las generaciones venideras razones para vivir y para esperar.
Sin Jesús, la Navidad es una fiesta vacía.
Fuente: vatican.va