Jacqueline Kennedy -1929-1994- fue una de las figuras más trascendentes de la historia estadounidense del siglo XX. No solamente fue su matrimonio con John F. Kennedy lo que la transportó a la fama, sino su carácter, la imagen que brindó al mundo, y su posterior –y muy notorio- romance con el empresario griego Aristóteles Onassis.
Sin embargo, el film del cineasta chileno, Pablo Larraín –No, Neruda, El club, Tony Manero, Post Mortem, entre otras- decide evitar caer en el esquemático lugar común biográfico, para detenerse en la intimidad y los sentimientos de una mujer que debió sostenerle el cráneo destruido a su marido, el Presidente de los Estados Unidos.
Jackie está armada a través de recuerdos que la protagonista le brinda, a modo de confesión, a un periodista –Billy Crudup, siempre impecable- y a un párroco – John Hurt, en una de sus últimas obras – previamente al entierro de su marido. La historia está hecha por hombres y mujeres, personas. Y Larraín privilegia a la mujer por encima del personaje histórico. Las dos conversaciones pretenden introducirse en los sentimientos de la protagonista absoluta. Desde el aspecto más histórico hasta el más intimista.
Pero lejos está Larraín de ser un realizador manipulador de emociones. Por el contrario, siempre es frío con su perspectiva de narrar, casí cínico e irónico, crítico, pero sin hacer una bajada de línea clara. Prefiere que el espectador arme el relato y construya el mensaje. Y Jackie, más allá de la cercanía que mantiene con la actriz, de la meticulosa y precisa interpretación de Portman –que emula la mandibula y forma de hablar de la verdadera Jacqueline en forma asombrosa- mantiene una tensión y un clima de malestar continuo.
Jackie es el reflejo de una sociedad que mitifica, pero a la vez desconfía de sus héroes. Esas contradicciones están presentes en el film. Larrain no descuida el contexto político de la historia: el enfrentamiento entre Johnson y los Kennedy, la figura de Robert –gran interpretación de Peter Sarsgaard-, las consecuencias del bloqueo a Cuba, las teorías conspirativas y el rol de Lee Oswald.
La reconstrucción histórica es precisa. Dificil encontrar mayor nivel de perfección en la recreación del asesinato –además, Caspar Phillipson es el doble físico idéntico para Kennedy- en toda la historia del cine. También el legado que dejó Jacqueline abriendo las puertas de la Casa Blanca a la televisión –Larrain utiliza el mismo truco digital de Forrest Gump- y la mezcla de material de archivo con ficcionalización contribuye a dicha reconstrucción. Maquillaje, peinados y vestuario transportan al espectador a la época.
Los detalles escenográficos están acompañados por una brillante elección de material fílmico que remite en color y tratamiento estético a las películas y noticieros de la década. Larraín mueve la cámara lentamente, pero utilizando un montaje rítmico –gran contribución de la extraña banda de sonido de Mica Levi que intensifica la sensación de desolación y abstracción del personaje- aportando dinamismo a la densidad dramática del film. Con referencias a Terrence Malick y Stanley Kubrick, Larraín intenta equilibrar la frialdad de los protocolos políticos y sociales, con la sensibilidad de un personaje en duelo permanente, intentando mantener la cordura y los modos para atender a cada figura que se le acerca.
El valor histórico de Jackie también es notable. El film es un retrato no solo de ese presente, pensando en el futuro de la Nación, sino también refleja el pasado y las estrategias de previas primeras damas que debieron enterrar a sus maridos –toda la subtrama referida a la ceremonia de entierro del presidente y las simetrías con el funeral de Lincoln tienen un condimento de interés extra diegético-.
Jackie revindica a su protagonista sin por eso dejar de lado su arista humana: Jaqueline era esposa, madre, primera dama, cuñada, nuera, representante esencial del feminismo de principios de los 60. Nuevamente, es el tremendo trabajo físico-psicológico-emocional de Natalie Portman lo logran atraer permanentemente la atención, incluso más allá de algunos -pocos- momentos redundantes y sobreexplicados de la narración.
Pablo Larraín con Jackie confirma su talento y pasión por la historia del siglo XX y sus principales personajes políticos, sin dejar de observar que se tratan también de seres humanos. La sociedad del director con Natalie Portman, la convierten en una propuesta irresistible, de visión obligatoria, para reflexionar, descubrir, emocionarse y entender a un personaje tan complejo Jacqueline Kennedy.