Si algo caracteriza a las historias de Disney es la búsqueda de héroes inspirados en cuentos y leyendas populares. Las pocas veces que el estudio se aventuró a cambiar la fórmula, los resultados no fueron tan exitosos.
Sin embargo, a partir de que John Lasseter, co fundador junto con Steve Jobs de Pixar, se hiciera cargo también del departamento de animación tradicional de Disney, que tras los éxitos de El rey león y Aladdin entre otras películas, no había podido superar al estudio innovador en animación digital, las historias y personajes empezaron a complejizarse, más adecuadamente a la inteligencia y cultura contemporánea.
Esto provoca que las princesas ya no sean inocentes niñas buscando al amor de su vida, sino heroínas que deciden romper con la cultura y normas que le impone su sociedad, para salir a enfrentar peligros por sí solas y salvar a su población.
Desde La princesa y el sapo –inspirado en un cuento clásico, pero transformada en una metáfora sobre la crisis económica- hasta Frozen, los personajes femeninos no necesitan realmente de un príncipe que las salve, más allá de que nunca se dejó de lado la veta romántica de las historias.
En este sentido, Moana: un mar de aventuras, decide cambiar la perspectiva. Así como en otras ocasiones Disney se ha inspirado en la cultura del centro de Europa, Nueva Orleans y –próximamente- en la mexicana, en Moana, ha sido la historia maorí, la base para crear esta aventura en el océano.
No es la primera vez que las islas del Pacífico brindan un marco ideal para una historia de Disney –hay que recordar que Lilo & Stitchsucedía en Hawai- pero esta vez, inclusive a nivel teológico, los directores Ron Clements & John Musker –dos veteranos que dirigieron éxitos como La sirenita, Aladdin, la menciona La princesa y el sapo, pero también las decepcionantes Hércules y El planeta del tesoro- se nutren de la cultura neocelandesa para llevar a cabo esta narración.
Moana es la joven princesa de una isla del pacífico. A lo largo de su madurez ha sentido atracción por el océano, pero su padre le ha prohibido que entre en él, así como no permite que ningún integrante de la comunidad se aleje del arrecife, inclusive para pescar.
Cuando la tierra deja de dar frutos y la pesca escasea, Moana desafía la palabra de su padre y decide cumplir con la profecía de su cultura que reza: que aquel que devuelva el corazón del océano –una piedra esmeralda- a la diosa creadora de la Tierra. Pero primero debe buscar la ayuda de Maui, un semidios –con la voz de Dwayne Johnson- que quedó perdido un milenio atrás en una isla, después que lo robaran su gancho mágico.
Fantasía y fábula se mezclan en esta historia que crítica el temor a lo exterior y las normas sociales patriarcales. Como en todo film Disney, se intercala la moraleja familiar y ecológica, en la que se debe respetar la Tierra y la cultura, pero al mismo tiempo salir a la búsqueda de aventuras en pos de confirmar una identidad. Solo que esta vez, no hay una subtrama romántica que interrumpa la meta de la protagonista. Maui es un compañero con el que debe aprender a convivir –como en una buddy movie- y que finalmente será solo una fuerza que ayuda a la protagonista y no le resta lugar.
Más allá de una factura técnica-audiovisual impresionante, que demuestra que los animadores de Disney intentan superarse película tras película, Moana: un mar de aventurasmarca el regreso de Disney al musical. Al igual que en Frozen, las canciones son vitales para la narración y, no sería impensado imaginar que pronto se traslade esta historia a Broadway con idénticos temas.
Sin embargo, la coherencia del producto final, trasciende lo económico. En Moana: un mar de aventuras, cada detalle ayuda a construir el micromundo. Cada canción remite a la cultura maorí, y la mayor parte del elenco, pertenecen a Nueva Zelanda o Hawai, destacándose el gran comediante Jemaine Clement
Musker & Clements mantienen su impronta y autoría artística en cada plano y cada diseño del film. Es aconsejable que el público se quede hasta finalizar todos los créditos, cuando uno de los personajes reaparece y da un guiño director al espectador cinéfilo que se crió disfrutando las películas de los realizadores.
Humor, acción y música conviven en Moana: un mar de aventuras, una narración que no subestima a los espectadores de ninguna edad, que tiene suficientes elementos oscuros y metafóricos para captar al público adulto,; didacticismo para el infantil e imaginación y diversión para todas las edades.
Más allá de algunas arbitrariedades narrativas, el relato y poder de las imágenes de Moana: un mar de aventuras, transforman al primer film de Disney del 2017, en una propuesta atractiva e imperdible.