Es cierto que una buena comedia no necesita un gran mac guffin o excusa narrativa para llevar adelante un relato. A veces, son los personajes, la química de los intérpretes, inolvidables gags o una premisa básica pero ingeniosa.
Las películas de los Los Cazafantasmas dirigidas por Ivan Reitman y guionadas por Dan Aykroyd y Harold Ramis, ambos, intérpretes de la saga, no gozaban de argumentos complejos, al contrario, apostaban por lo simple, para que otras subtramas se destacaran más. Sin embargo, y a pesar de todo, una película, sin importar a que género pertenezcan necesitan cohesión, ritmo entre escenas, una estructura sólida que sostenga los andamios del film. Ese soporte, ambas películas la tenían. La remake 2016 dirigida por Paul Feig, no.
Mucho se había anticipado sobre esta tercera entrega. Al principio iba a ser una secuela clásica con los mismos actores y personajes, pero tras el fallecimiento de Ramis, optaron por cambiar todo. Aunque Ivan Reitman se quedó en el rol de productor, decidió pasar la antorcha a Feig, director de moda y con varios éxitos cómicos a sus espaldas como Damas en guerra, Armadas y peligrosas y Spy, todas protagonizadas por la histriónica y simpática Melissa McCarthy.
La noticia y las primeras imágenes irritaron a los fans más ortodoxos, sin embargo, el resultado final no decepciona por el elenco seleccionado, sino por las falencias con respecto a la narración y las pretensiones del film.
La secuencia inicial es bastante alentadora. El guía de una antigua mansión intenta asustar a los turistas narrando una historia de fantasmas. Al final, el personaje es capturado realmente por uno, y Feig ya advierte al espectador que verá mucho guiños relacionados con la primer entrega. Sin embargo, después de la presentación el film tarde bastante en arrancar. Demasiada presentación de personajes y poca acción. Abby –McCarthy- y Erin –Wiig- son dos amigas, investigadoras de lo paranormal, pero mientras que la primera está convencida que puede atrapar fantasmas, la segunda intenta no difundirlo. Esta fórmula estaba presente en la original entre los comportamientos de Ray –Aykroyd- y Peter –Bill Murray- aunque la química era distinta.
Mientras luchan por conseguir credibilidad, se unen a ellas Patty y Holtzmann –Leslie Jones y Kate McKinnon, un poco mejor que el dúo protagonista- y un torpe secretario más preocupado por su apariencia física –Chris Hemsworth, autoridiculizándose, lo mejor del film- que termina teniendo un rol seudoprotagónico y, por momentos, tapando a las protagonistas.
Pronto, la ciudad se empieza a llenar de fantasmas y las chicas van acumulando trabajos, aunque el alcalde –interpretado por un desaprovechado Andy García- intente negar su existencia.
El film tiene una narración poco sólida que sirve como excusa para acumular gags no siempre efectivos con guiños, algunos muy sutiles, hacia los films originales y algunas obras de los ´80. Feig apela a la nostalgia como fórmula remanida para empatizar con el espectador, pero cada homenaje o cita parece forzado, como si estuviese obligado a hacerlo.
Hay que reconocer, que el timing para la comedia es preciso y la química entre las actrices funciona. Melissa McCarthy y Kristen Wiig exploran un perfil más contenido que en otras comedias industriales –ambas tienen grandes interpretaciones en producciones más independientes- pero no alcanza para levantar un film, que en su primera hora resulta monótono y apenas levanta un poco sobre el final.
Cazafantasmas es un film de contrastes al que le intentaron poner –en vano- mucho seso, pero que carece del corazón, alma, espíritu propio para estar a la altura de sus predecesoras, que si bien no eran perfectas, pero se disfrutaban a pleno por la frescura de su humor y personajes. Un híbrido con demasiadas citas y poco vuelo.