La historia de Florence Foster Jenkins podría haberse convertido en El ciudadano del Siglo XXI. Heredera de una noble fortuna, esta grandilocuente neoyorkina fundó el Club Verdi, donde oficiaba de anfitriona y principal artista para la clase aristocrática de su ciudad, específicamente, en 1944.
Todos los ingredientes estaban a la orden de la mano para crear una sátira y crítica a los círculos elitistas, hipócritas que dominaban los tabloides amarillistas en pleno desenlace de la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, un director inteligente y cínico como Stephen Frears, que adora a los personajes más cuestionados, exhibiéndolos como caricaturas, pero al mismo tiempo dotándolos de humanidad, comprende que para no prejuzgar a su protagonista por las características ya mencionadas, debe ubicar el punto de vista, en la única persona que la quería más allá de su dinero, su segundo marido, St Clair Bayfield.
Por esto mismo, Florence, no se trata de una biopic sino de una historia de amor que trasciende las diferencias de clases, la edad y la enfermedad. La protagonista –interpretada con delicadeza, pero algo de artificialidad por una Meryl Streep, que repite ciertos modismos de su personaje en Jules y Julia- es pura bondad. Sus motivos son transparentes. Sueña con dar un concierto de ópera en el Carnegie Hall , sin hacer caso a los consejos de su médico, ni a las posibles críticas por su mala técnica vocal. St Clair – Hugh Grant, austero, simpático, maduro, posiblemente la mejor actuación de su carrera- hará lo posible para mantener feliz a Florence, cumplirle el sueño e impedir las burlas y críticas de la sociedad.
El film del realizador de La reina, Alta fidelidad y Relaciones peligrosas, entre otras grandes obras, se especializa en personajes contradictorios, adorables perdedores, no siempre aceptados por la moral de la sociedad. Notable narrador, Frears lleva este relato con humor y elegancia, cuidando cada aspecto estético de la época: decorados, vestuario, reconstrucción histórica e incluso modismos de hablar.
Si Grant aporta el carisma –sí, Hugh Grant por fin consigue ser carismático- la cuota de humor precisa la impone el notable Simon Helberg, Howard Wolowitz de la serie The Big Bang Theory. La expresividad y talento del joven actor es brillantemente explotada por Frears. Y si bien, al final, el personaje de Helberg tiene varias similitudes externas con su alter ego televisivo, vale distinguirlo como un actor a tener en cuenta para los próximos años.
Divertida sin llegar al absurdo, dramática sin tocar fibras golpebajistas, sentimental, pero alejada del espíritu sentimentaloide, Florence es un comedia agradable y triste a la vez. Tan pintoresca y cuidada como Relaciones… pero con la frialdad que distingue al cine británico. Y a pesar de todo, sus personajes terminan siendo queribles, generan empatía, a pesar de sus fracasos.
El guión simple pero fresco de Nicholas Martin es otro de los motivos por el que Florence es una gran narración histórica, que conmueve gracias al talento de Streep, que nuevamente, no solo se pone gran parte de la película sobre sus hombros –aunque no esté entre sus mejores trabajos- sino que también muestra sus enormes aptitudes como cantante. Aptitudes que son obvias, porque para cantar mal a propósito, tenés que saber ser una de las mejores en el ambiente, y Meryl lo tiene.
El talento de su elenco, la mano sobria de un director experimentado, un personaje que no merece ser juzgado por sus actos sino que por sus intenciones, convierten a Florence en una posible promesa para la próxima temporada de premios.