Kate y Geoff están por celebrar su 45º aniversario de bodas. A pesar que ninguno los dos lleva una vida social demasiado activa, ni a ninguno les gustan mucho las fiestas, deciden hacer un gran evento con amigos y familiares dentro de un salón elegante en el centro del pueblo donde residen.
Una de las grandes ironías de 45 años, es que aun cuando el foco del film está puesto en su pareja protagónica, posiblemente, el resultado final es uno de los más hermosos triángulos amorosos que ha brindado el cine en los últimos años.
Lo poco que el espectador puede vislumbrar sobre el presente de ambos es que son una pareja que vive en una casita de los suburbios, intelectuales, amantes del arte, que nunca pudieron tener hijos y ahora pasan su tiempo entre música, libros y encuentros aislados con una pareja amiga. A una semana de dicha celebración Geoff recibe una carta: encontraron en Suiza el cuerpo congelado de una ex novia –el amor de su vida antes de conocer a Kate- fallecida más de 50 años atrás.
Durante el transcurso de los días, el comportamiento de Geoff irá mutando, se volverá misterioso y reservado con Kate, pero al mismo tiempo aflorará una pasión rejuvenecida, que provocará en ella, un ataque de celos hacia un cadáver, un fantasma del pasado que nunca está ni estará presente entre ellos, pero aún así rondará por la mente de Geoff, generando numerosos cuestionamientos sobre el paso de los años, la pareja y la celebración.
Sutil y notable en detalles, Andrew Haugh, director de la excelente Weekend, intenta generar empatía y reflexionar acerca del tiempo y la memoria en el matrimonio. Cuestionamientos sobre el amor verdadero, la fidelidad y secretos ocultos en una relación que parecía no tener fisuras. Aunque, en su tratamiento estético, Haigh impone una puesta transparente para que el estilo audiovisual nunca se destaque por sobre la historia, los personajes y las actuaciones, el realizador toma decisiones formales definitivamente brillantes y confía en el minimalismo expresivo de la gigantesca Charlotte Rampling para crear efecto dramático sin necesidad de caer el golpe de efecto.
Porque más allá del tono seudotelenovelesco, el fascinante relato se convierte paulatinamente en un thriller psicológico con reminiscencias tanto de Bergman como de Hitchcock. La frialdad de los paisajes y del carácter de los personajes de Rampling y el maravilloso Tom Courtney –intérpretes que nunca se dejaron seducir demasiado por Hollywood- la vinculan con Saraband, el último film del realizador sueco, pero la historia y el componente sexual, la vincula con Vértigo del maestro británico del suspenso.
En el último plano, la protagonista de La piscina y Bajo la arena –por citar solamente recientes éxitos- brinda una clase de actuación exhibiendo en pocos segundos múltiples emociones apelando a escasos gestos y muy reducidas expresiones. El talento de Haigh como director de actores y la intuición de no generar un corte de edición para capturar cada detalle del rostro de Rampling, sin necesidad de usar diálogos ni discursos sobreexplicativos es lo que convierten a 45 años en una de las sorpresas del 2016.